Felipe siempre confió en mí. Yo no.
Era el año 2003. Yo tenía 15 años y comenzaba a enamorarme, pero esa es otra historia. Este año el colegio habituó a los profesores de educación física a que llevaran a los alumnos a la piscina en sus horas asignadas. "Voy a revisar que estén bien limpios, y los hombres esos pies bien lavados", expresaba el "gosh", quien además de enseñar el curso era mi entrenador de basket.
Estas clases de natación se desarrollaban durante los meses de setiembre, octubre y noviembre. Quizá la temporada más esperada para nosotros que queríamos ver en diminutas prendas a nuestras compañeras de grado. Algunas no llevaban diminutas prendas, es más unas amigas no se bañaban. La principal razón éramos nosotros. Las niñas se asustaban que tremendos pendejos estuvieran observándolas.
Sin embargo, hubo una oportunidad en la que las chicas pasaron a segundo plano y Felipe asumió ese rol, aunque él lo considera como uno de sus fatídicos días. Yo, si pudiera retroceder el tiempo, estoy seguro, que volvería a actuar de la misma manera. Ser hipócrita es una tarea muy difícil.
Felipe nunca aprendió a nadar. Las chicas siempre lo bromeaban con ese tema. Él, años más tarde y entre copas, me contó que nunca superó no poder movilizarse en el agua, aunque puso todo el empeño y la actitud para aprender. Y es cierto, era el más aplicado al hacer caso a las indicaciones del "gosh", reciclaba sus botellas de Kola Real y las llevaba a la clase. Ya en la piscina se las amarraba a la cintura, usándolas como flotadores, pero sucedía algo y se paraba. Requería tocar el piso con sus píes, como si viviera atemorizado de morir ahogado.
Este día que les traigo a mención, Felipe no se murió ahogado, aunque tal vez en ese momento lo hubiera deseado.
Recuerdo que en el mes de noviembre fueron los días jueves los asignados para la clase de piscina. El "gosh" había separado el hotel más exclusivo, a 5 kilómetros del centro de la ciudad. Al llegar dio las instrucciones claras: "30 minutos para huevear y todos listos con ropa de baño en la piscina", gritó el zambo. Esa media hora la aproveché para estar un rato con Susana, la chica que me gustaba un montón en ese tiempo; era su primer año en el colegio. Mientras duró mi etapa escolar siempre me atrajeron las alumnas nuevas.
De lejos vi que los chicos empezaban a jugar tenis de mesa y otros a hacer un poco de ejercicios en el gimnasio. Las chicas desfilaban en toalla por los pasadizos. Susana me dijo que se iba a cambiar y yo decidí hacer lo mismo.
Felipe ya estaba preparado para la clase, una vez más tenía puestos sus flotadores en forma de botellas. Las botellas estaban atadas del pico. Felipe tenía un estilo peculiar de unirlas, usaba los pasadores de sus zapatillas. Ese día bajó por las gradas a la piscina, lentamente pues el agua no estaba temperada. Al sumergirse hacía muecas de sentir mucho frío. Yo lo veía desde el vestidor de hombres, mientras me terminaba de poner el short.
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