martes, 11 de mayo de 2010

JAQUECA MATE

A Beto, el único pavaso que se va al Niagara en invierno.

La despedida de quien por muchos años fue el nene de la casa fue una dolorosa separación. Gonta estaba rumbo a los yunaites. New York lo esperaba. La gran manzana sería su nuevo territorio, allí encontraría a sus nuevas madrinas (quienes le fien chelas) y por qué no, allí encontraría padrinasos que le paren la juerga. El día de su partida Gonta le dio un beso demasiado húmedo a su ñañita y se fue. Se nos había ido el gran mechador de la cuadra.

Recuerdo una vez a Gonta haciéndose el graciosito en la tienda del barrio. Intentaba quitar y sacarle los lentes a un quinceañero, le preguntaba una y otra vez el porqué usaba lentes oscuros, si acaso tenía ojos verdes o azules. A la media hora, el chibolo se apareció con sus "causitas" y seguro que hubiera terminado más gomeado, que tuve que saltar a defenderlo. Bien dicen que amigo no es aquel que separa, sino aquel que entra con una patada voladora.

Luego de año y medio Gonta retornaba a casa solo por una semana. Extrañaba la comida, el futbol peruano, las chelitas en la esquina, a sus patas de cole, a sus tantas féminas en el nextel, moviestar, claro, telmex. Gonta tendría un pequeño agazajo por parte de toda su familia. Nuestro gran mechador había llegado de los yunaites. Lo mínimo que merecía era un gran recibimiento por parte de todos. La bienvenida de Gonta comenzaba a planificarse de la pitri mitri.

El alemán

- ¿Y usted cómo se llama? -me preguntó mientras sonreía lentamente.

Viéndolo a los ojos, le repetí mi nombre una vez más.

- Soy Ulises, señor.